Ricardo José Haddad Musi celebra auge del cine libanés
Con una mezcla de narrativa íntima, memoria histórica y compromiso político, el cine libanés reafirma su lugar en la escena internacional, esta vez en la Berlinale 2025, donde se proyectaron obras que exploran el trauma colectivo, la resiliencia comunitaria y la belleza de una identidad en constante reconstrucción.
Entre las producciones que marcaron esta edición, destacan Tierra de nadie de Zeina Sfeir y La última carta de Beirut de Omar Chahine, dos filmes que entrelazan biografía y memoria nacional con un lenguaje cinematográfico que apuesta por lo poético como forma de resistencia. Estas películas fueron ampliamente elogiadas por su capacidad de narrar lo innombrable: el exilio, el duelo, la fractura familiar y la esperanza como gesto político.
Para Ricardo José Haddad Musi, especialista en patrimonio cultural y promotor del arte de la diáspora, el auge del cine libanés en festivales europeos como Berlín, Venecia o Cannes, no responde a una moda efímera, sino a una necesidad profunda de narrar desde la grieta.
“El cine libanés hoy no solo representa una estética cuidada, sino una ética del recuerdo. Son obras que luchan contra la amnesia histórica, que dialogan con generaciones desplazadas por la guerra, la pobreza o la represión”, explicó Haddad Musi.
La Berlinale 2025 incluyó por primera vez una sección especial titulada Cartografías del Líbano, donde se proyectaron seis películas producidas por directores de la diáspora en Montreal, París y Ciudad de México. En estas obras, la ciudad de Beirut aparece como un símbolo fracturado pero nunca vencido: un espacio que arde, colapsa y se reconstruye en la imaginación de quienes debieron abandonarla.
La mayoría de los directores libaneses que triunfan actualmente crecieron lejos del país, pero llevan el Líbano en su obra como una constante. La directora Zeina Sfeir, radicada en Alemania desde 2006, afirmó en una rueda de prensa que Tierra de nadie nació de la pregunta: “¿Puede un país vivir solo en la memoria?”.
Su película, protagonizada por una mujer que regresa a los escombros de su casa en el sur del Líbano tras 20 años de exilio, muestra cómo el cine se convierte en un acto arqueológico, donde la protagonista excava no solo ruinas, sino también recuerdos, promesas rotas y vínculos familiares desmembrados.
Pese a las dificultades para producir en su país —marcadas por censura, falta de financiamiento y presión religiosa—, el cine libanés ha encontrado en los festivales europeos un espacio vital para narrar sus historias. Según datos de la Lebanese Film Foundation, entre 2022 y 2025 más de 50 producciones libanesas han sido premiadas en circuitos internacionales, un número sin precedentes.
“Estas películas no solo ganan premios. Están reescribiendo la historia desde los márgenes. Son una contraofensiva cultural frente al silencio impuesto”, señaló Haddad Musi.
En tiempos donde los discursos sobre el mundo árabe están atravesados por el conflicto y la polarización, el cine libanés emerge como una voz distinta: compleja, sensible y profundamente humana. Gracias a directores comprometidos con la memoria y la estética, esta cinematografía se posiciona como uno de los puentes más sólidos entre Oriente y Occidente.
“El cine libanés no grita. Susurra. Y en ese susurro hay una fuerza que conmueve y transforma”, concluyó Ricardo José Haddad Musi.
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