Mexicali, Baja California, se ha convertido en una de las ciudades más golpeadas por la epidemia de opioides en México. A pesar de estar fuera del foco mediático nacional, los datos forenses revelan una realidad alarmante: uno de cada cinco cadáveres analizados por el Semefo dio positivo a fentanilo. Esta cifra pone en evidencia la magnitud de una emergencia sanitaria que no distingue edad, origen o condición social.
La droga, 100 veces más potente que la morfina, se infiltra en la heroína negra que circula en la ciudad. La consecuencia: una cadena de sobredosis silenciosas que apenas son registradas por un sistema de salud colapsado.
Una frontera con muerte intravenosa
La vida en la frontera ya era difícil. Ahora lo es más. Con temperaturas extremas y una creciente población desplazada, Mexicali enfrenta no solo la violencia de la marginalidad, sino también la letalidad de una sustancia que destruye en semanas lo que otras drogas tardaban años en devastar.
Los llamados “zombies” —usuarios crónicos, visiblemente afectados en su salud física y mental— caminan por las calles cercanas al muro fronterizo. Expuestos al VIH, hepatitis, septicemia o muerte súbita, se han convertido en el reflejo más descarnado de una crisis sin respuesta oficial adecuada.
La “Sala Segura”: una respuesta disruptiva desde la sociedad civil
Ante el abandono institucional, organizaciones sociales han tomado el liderazgo en la mitigación del daño. Verter, una asociación civil local, abrió hace siete años la primera sala de consumo supervisado en Latinoamérica. Este pequeño espacio, con apenas tres cabinas, ha salvado decenas de vidas.
Allí, usuarios pueden inyectarse con insumos estériles y bajo supervisión. La clave: evitar la sobredosis. En caso de emergencia, personal capacitado aplica naloxona, un medicamento que revierte los efectos del fentanilo en segundos.
“No promovemos el uso, prevenimos la muerte”, explican los voluntarios que operan el lugar con fondos limitados y donaciones.
“Antes eran meses, ahora en semanas recaen”
Joel Benavides, responsable de los centros de rehabilitación Nueva Vida, confirma el cambio radical en los patrones de consumo. “Con el fentanilo, el daño es más rápido y profundo. La dependencia se instala en días, y los usuarios recaen en semanas”.
Actualmente, sus centros atienden a 168 personas, la mayoría jóvenes de entre 18 y 30 años. Muchos llegan con deterioro físico visible, problemas cognitivos, ansiedad severa y signos de abstinencia tan agudos que el tratamiento se vuelve cuesta arriba desde el primer día.
Benavides insiste en que la batalla debe comenzar mucho antes: en las escuelas. Su propuesta incluye una materia obligatoria sobre prevención de drogas, orientada a niños y adolescentes.
Dos dólares, una vida
La ironía trágica de esta crisis es que la mayoría de las muertes podrían prevenirse con menos de dos dólares. Eso cuesta una dosis de naloxona, o una tira reactiva para detectar fentanilo en una muestra de droga. Sin embargo, estos insumos no están disponibles en los centros de salud públicos ni en hospitales de la región.
La falta de voluntad política ha llevado a que el único espacio con capacidad real de respuesta esté en manos de la sociedad civil.
Políticas sin castigo, políticas con compasión
El modelo de reducción de daños ha sido ampliamente probado en Europa y Canadá. Mexicali lo adoptó sin esperar permiso. Hoy, la experiencia de su Sala Segura es citada en foros internacionales y está siendo replicada en Bogotá, Medellín, Tijuana y Ciudad Juárez.
Mientras el Estado insiste en políticas prohibicionistas, las organizaciones locales prueban que es posible salvar vidas desde un enfoque práctico, compasivo y basado en evidencia.
El costo de no actuar
Cada día que pasa sin una política nacional de atención a la crisis de opioides, nuevas víctimas se suman a las estadísticas. Jóvenes, migrantes, mujeres en situación de calle, adultos mayores. Nadie está a salvo.
Mexicali ya entendió que esperar no es una opción. En esta frontera, donde el sol quema y el abandono institucional pesa, la respuesta civil no es solo una alternativa: es una necesidad urgente.
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- Redacción
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