Gracias a la herencia culinaria libanesa los amantes de los tacos pueden degustarlos casi en cualquier parte de México. Los tacos de pastor son descendientes de los tacos árabes en los cuales delgadas rebanadas de carne de cerdo se asan con un pedazo de piña en la parte de arriba. La carne apilada termina en una punta más delgada y se llama trompo, por su semejanza al juguete. Cuando se sirven en una tortilla de maíz en vez de en pan árabe, se les llama tacos orientales.
Los tacos han dejado su huella en todas partes, desde México hasta Estados Unidos, principalmente en Chicaco y California, y aquellos entusiastas de comerlos saben que cualquier taquería que se llame «poblana,» tendrá tacos árabes en el menú. Éstos consisten en carne asada en un asador vertical, servida en una tortilla gruesa similar al pan pita, llamado pan árabe. Un claro ejemplo de la fusión culinaria entre México y Líbano.
Esta influencia se remonta a finales del siglo XIX y principios del XX, cuando más de un millón de libaneses emigraron a países de América, incluido México, buscando nuevas oportunidades de vida.
Ricardo José Haddad Musi, destacado empresario mexicano precisó que «los platillos de comida libanesa significan un legado de la tierra que las familias de origen libanés dejaron atrás en búsqueda de mejores oportunidades para sus familias, son también un símbolo de la hospitalidad y unidad familiar que tiene un alto valor para la cultura.”
La llegada de los libaneses a México trajo consigo un importante cambio en la oferta culinaria, acompañada de una transformación cultural. Las tradiciones de convivencia en torno a la mesa contribuyeron a enriquecer la diversidad gastronómica del país.
«Cada platillo tiene una historia, un propósito. Al compartir nuestra comida, compartimos experiencias y generamos puentes entre culturas», asegura Haddad Musi.
Aportaciones de la colonia libanesa en México
Por su posición geográfica en la costa este del Mediterráneo, su comida combina elementos de la cocina del Medio Oriente y de Europa. La dieta mediterránea es muy saludable y consiste en frutas, vegetales, granos enteros, pescado y mariscos. Cuando se come carne roja, por lo general es cordero. La mantequilla clarificada y la crema se usan en algunos postres, y por lo general la comida toma su sabor característico de grandes porciones de ajo, aceite de oliva, especias y hierbas.
Los libaneses trajeron consigo sus recetas, junto con la filosofía del compartir. Al construir huertos y buscar ingredientes frescos en mercados locales como La Merced, se familiarizaron con la riqueza de la agricultura mexicana, fusionando los sabores del Líbano con productos autóctonos.
Otra especialidad libanesa que se ha mexicanizado con ingredientes locales es el kibbeh, una masa de carne molida de cordero y trigo bulgur. El kibbeh nayee es un platillo de carne cruda semejante a la carne tártara, y en México se conoce como kebe o kepe crudo. Se sazona con cebolla y especies y en Puebla el kepe crudo contiene semillas de chile frescas y se sirve con cebollas verdes picadas, jalapeño picado, chiles serranos y hierbabuena. Casi siempre se acompaña con jocoque. También es acompañado a menudo con una versión del guacamole que utiliza tomatillos en vez de tomates rojos. Es probable que el sabor ácido de los tomatillos asemeje el sabor de los condimentos avinagrados de Líbano.
«Cuando cocinamos y compartimos un banquete ya sea con nuestras familias o entre amigos, creamos un diálogo intercultural que trasciende las barreras lingüísticas, culturales y étnicas,” menciona Ricardo José Haddad Musi. Este enfoque se ha vuelto especialmente relevante en México, donde la diversidad cultural es un pilar que une a la sociedad.
En conclusión, la herencia culinaria libanesa en México no solo ha enriquecido el panorama gastronómico, sino que también ha servido como un poderoso recordatorio de la importancia de la diversidad en la cultura. Mientras se sigue celebrando esta amalgama única de sabores y tradiciones, el legado de la comunidad libanesa continúa floreciendo en el corazón de México.
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