En las expediciones españolas hacia el norte de la Nueva España durante los siglos XVI y XVII, la construcción de las figuras del «bárbaro» y el «salvaje» jugó un papel fundamental en la justificación de la conquista y la dominación de los pueblos indígenas. A través de las narrativas de los exploradores, conquistadores y misioneros, se construyó un discurso que definía a los habitantes de estas regiones como seres inferiores, carentes de civilización y necesitados de la guía europea y la fe cristiana. En 1570 el cartógrafo flamenco Abraham Ortelius editó el Theatrum Orbis Terrarum, atlas al que en los años próximos se le fueron añadiendo mapas y referencias. En 1579 recibió la adición de las zonas más allá del norte de Valle de México. La descripción de las tierras vagamente exploradas de la región calificaba a sus pobladores de caníbales que vivían en la intemperie.
Cuando Francisco Vázquez de Coronado se adentró en las vastas llanuras de Nuevo México y Kansas de 1540 a 1542 en busca de las míticas siete ciudades de Cíbola, su decepción al encontrar pueblos indígenas que no cumplían con sus expectativas de riqueza y esplendor se tradujo en una caracterización despectiva de estos grupos. En muchas ocasiones sus fantasías (esto no quiere decir que fueran falsas) guiaban tales expediciones. En su carta al emperador Carlos V, Coronado describe a los habitantes de Quivira como gente bárbara que vivía en casas de paja y se vestía con pieles de animales. Esta descripción no solo refleja el choque cultural que experimentaron los españoles, sino también la construcción de una imagen del «otro» como inferior y primitivo.
La categorización de los indígenas como «bárbaros» y «salvajes» era, más que una observación inocente, un acto cargado de intenciones y consecuencias. Al definir a los pueblos originarios como seres carentes de civilización, los europeos justificaban su derecho a conquistar, dominar y «civilizar» a estas sociedades. La supuesta inferioridad de los indígenas era una herramienta retórica para legitimar la apropiación de sus tierras, recursos, mano de obra y hacerles la guerra.
Además de las descripciones físicas y culturales, la construcción del «bárbaro» y el «salvaje» también se basaba en la supuesta falta de religión y moral de los pueblos indígenas. Los misioneros y religiosos que acompañaban a las expediciones veían en la evangelización una misión civilizadora, una forma de rescatar a los nativos de su estado de barbarie y llevarlos hacia la luz de la fe cristiana. Sin embargo, esta visión paternalista y etnocéntrica negaba la validez de las creencias y prácticas espirituales indígenas, considerándolas como idolatrías y supersticiones que debían ser erradicadas.
La construcción del «otro» no solo justificaba la conquista y la dominación, sino que servía para reforzar la identidad y superioridad europea. Al definirse en oposición a los pueblos indígenas, los españoles reafirmaban su propia civilización, religión y valores. La dicotomía civilizado/bárbaro se convirtió en una herramienta ideológica poderosa que sustentaba la conquista y la jerarquía social y racial que se impuso en los territorios conquistados.
Esta construcción del «bárbaro» y el «salvaje» no era una descripción objetiva de la realidad, pues venía cargada de los imaginarios europeos compuestos de prejuicios, temores y ambiciones. Los pueblos indígenas del norte de la Nueva España tenían sus propias culturas, lenguas, creencias y formas de organización social, que habían evolucionado durante siglos en relación con su entorno y sus necesidades. La diversidad lingüística y cultural que los exploradores encontraron en estas regiones mostraba la complejidad de estas sociedades, que no podían ser reducidas a simples estereotipos. En 1601, un explorador declaró en una investigación realizada por Francisco de Valverde sobre las condiciones en las provincias de Nuevo México que “él sabía con certeza, habiendo visto a algunos indios que no entendían a los otros, que no tienen un lenguaje común, sino muchos dialectos locales”
La construcción del «bárbaro» y el «salvaje» en las expediciones al norte de la Nueva España muestra los procesos de representación y alteridad que han moldeado la historia de la conquista y colonización de América. Al examinar las narrativas y discursos de los exploradores y conquistadores, se revela las relaciones de poder, los prejuicios y las agendas que subyacen a estas caracterizaciones.
La experiencia de la construcción de las figuras del «bárbaro» y del «salvaje» en las narrativas de las expediciones al norte de la Nueva España desvela tácticas de justificación y dominio empleadas por los conquistadores, al igual que la profundidad de los encuentros culturales en estas regiones. Las etiquetas de «bárbaro» atribuidas a los pueblos originarios reflejan un constructo lleno de motivaciones políticas y culturales, no necesariamente implican una descripción objetiva. Este esquema facilitó la legitimación de conquistar los territorios, convertir a su población y asesinar a quienes pusieran resistencia. Reflexionar sobre estas historias nos invita a cuestionar cómo se ha narrado al «otro» y las etiquetas que siguen la actualidad.
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