Primero la libertad

Primero la libertad

Por Ignacio Anaya

 

Ciudad de México, 5 Dic.-. La historia de la humanidad ha estado liga­da al ejercicio del poder y el poder siempre debe medirse frente a la libertad. Si el poder se acumula, las libertades disminuyen; si las libertades son fuertes, los poderes quedan acotados.

Mantener ese equilibrio no resulta senci­llo porque la fuerza coercitiva, económica e incluso espiritual se concentra bajo innume­rables pretextos. Así ha sido en el pasado; así es en la actualidad. Tener poder constituye seduce a los líderes.

Con la muerte de Fidel Castro ha concluido una etapa singular del ejercicio de ese poder omnipresente, que construyó un entramado burocrático para controlar la vida pública en las búsqueda de ideales revoluciona­rios; este militar ejerció poder durante más de 50 años de forma excepcional ya que el viejo líder falleció sin haberlo perdido. Fue un recurso agotado ante el proceso natural de envejecimiento y enfermedad, si bien la globalización y la creciente demanda inter­nacional para que su régimen favoreciera la apertura democrática generaron una de­manda creciente que se lo acotó durante los últimos años de su existencia.

La Revolución Cubana no por ello pierde fuerza o trascendencia. Es necesario encontrar un punto intermedio entre la acumulación de poder de su líder y el cambio geopolítico que significó la visión del caudillo cubano por cuanto sembró además de esperanza política para la región, la posibilidad de plantear luchas armadas en contra de go­biernos opresores.

La cercanía de la isla a los Es­tados Unidos, sin embargo, es un elemento que habrá de marcar todo el régimen castrista. Como si se tratará de un experto en el ajedrez, Fidel supo mover las piezas internas e internacionales que le generó enemistar­se con la hegemonía norteamericana. Su proyecto revoluciona­rio resistió los intentos de desestabilización nortea­mericana, si bien esta his­toria debe comprenderse en el contexto de la Guerra Fría y del cobijo monumental que Rusia le ofreció durante varias décadas.

El equilibrio que el comandan­te logró establecer entre sus aliados internacionales y el apoyo de la mayo­ría de la población le permitió resistir la ofensiva exterior, justificando de paso el camino trazado institucionalmente para acu­mular poder. Muchos poder. Todo el poder.

Como ya señalé, cuando el poder se concentra las libertades disminuyen. ¿Fa­lló Fidel Castro en su diseño de gobierno al restringir libertades entre la población? A la distancia la respuesta resulta afirmativa, sobre todo porque desde distintas regiones, países e instituciones se le exigió respetar las disidencias internas, abrirse al mercado interno, organizar elecciones libres, alentar la vida partidista, la libertad de expresión, el libre sindicalismo y la migración.

Es un hecho que el ejercicio de gobier­no en el régimen castrista también alentó la educación de excelencia, el desarrollo de conocimiento científico, la actividad artística y sobre todo un programa de salud pública exitoso. Sin embargo, en el balance de contrapesos Cuba se fue que­dando sin intelectuales; muchos ensayistas, académicos, periodistas, artistas y escritores abandonaron la isla debido a las duras res­tricciones que encontraron en el cultivo de su independencia ideológica.

Dicho lo anterior, ¿qué resulta más impor­tante? ¿Los principios de igualdad o los de libertad? Sin duda la muerte del comandan­te Castro ha reabierto este debate, ya viejo, entre los modelos de desarrollo mundial. Desde mi perspectiva la libertad constituye un valor irremplazable.

No solo porque, como se dijo al principio, representa un dique a la concentración de poder. También constituye un valor supre­mo por cuanto permite reconocer al indivi­duo dentro de la sociedad. En este sentido debería aquilatarse que no hay sociedades perfectas sin ciudadanos libres para decidir sobre sus propios valores y creencias, sobre sus criterios ideológicos, sobre sus afinidades y también para decidir respecto a su cuerpo.

La muerte de Castro ha dejado eviden­cia del peso acumulado que supone coartar libertades y hoy los victimados, sobre todo la disidencia interna, han podido cuestio­nar el último momento de un hombre que debió ser grande.

Mucho hereda el comandante a la historia; mucho deberá aquilatarse en la enseñanza de los movimientos revolucionarios la ex­periencia cubana. Lo que en este momento resulta claro es que cualquier proceso de li­beración social, de afirmamiento ideológico y liberación solo puede cultivarse precisa­mente en la libertad del individuo. Ningún liderazgo puede darse el lujo de ignorarlo.

Entre más poder concentra un gobierno menos libertad existe entre la población. Dicho de otra manera: la libertad acota el poder. Es su mejor contrapeso.

 

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